CARTAS DESDE ASIA
Héctor Abad Gómez [1]
En la década del setenta, el doctor Héctor Abad Gómez estuvo trabajando como consultor para la Organización Mundial de la Salud en Singapur, Indonesia y Filipinas. Desde este último país escribió una serie de cartas a sus familiares y amigos, que en 1977 fueron publicadas por la Universidad de Antioquia como “Cartas desde Asia”. A continuación, reproducimos “Carta a mi esposa”, una carta donde describe la región y además boceta los retos para estas regiones tropicales subdesarrollados y con mente visionaria cuestiona el modelo del “superdesarrollo”, e invita a considerar modelos mas adaptables a nuestras circunstancias.
Hoy quiero escribirte sobre el Asia, sobre el tema del desarrollo de los países tropicales del mundo, y un poco también, sobre tí mismo.
Sobre el futuro del mundo, el futuro de los países que hoy llamamos subdesarrollados y sobre lo que podemos hacer los hombres porque la condición de tantos millones de gente mejore.
Empecé a leer el libro de Gunnar Myrdal, “El Drama del Asia”, cuyo tema es “la pobreza de las naciones”. Un tema que me ha inquietado siempre de una manera profunda. Me alegré que un economista de las grandes calidades de Myrdal haya escogido un enfoque que es más sociológico y antropológico que puramente económico, sobre el tema del desarrollo. Me parece que el tono general del libro es un poco pesimista para el inmediato futuro, pero no descarta, naturalmente, una mejoría, para más tarde. Esta Asia tropical es una tierra fascinante. Lo que la historia ha hecho aquí es poco conocido por el mundo occidental en general. Mucho menos por nosotros los latinoamericanos. ¡Qué grandes ignorantes somos de nuestros hermanos en desgracia!
Su historia empezó por la China, país cuyo nombre significa Centro del Mundo. Y en realidad sus condiciones, mil años antes de Cristo, hacía que sus habitantes lo consideraran así, con razón. Y siendo China la nación más poderosa, sus pueblos vecinos tenían que rendirle tributo al Emperador del País Central. Así llegó Marco Polo y se fue fascinado por sus experiencias y por lo que vio y encontró, en lo que ya en Europa se llamaba “el Oriente”. Y mucho más tarde, los marineros portugueses y franceses, con una mejor tecnología, establecieron en Goa, en Macao y en Manila, sus primeros “puestos de comercio”. Y después vinieron los británicos, los holandeses y los alemanes, y ahora los norteamericanos y en un futuro, seguramente, los japoneses, a imponer por la fuerza su colonialismo, su explotación, su estilo de vida y su cultura. Los malayos, los polinesios, los hindúes, los melanesios, y aún los chinos, tuvieron que rendirse a la fuerza de las armas. Y después de guerras, cambios, conquistas y últimamente independencia, la pregunta es: ¿qué va a pasar con esta “occidentalización” del Oriente?
Es obvio que aquí no pueden hacerse generalizaciones. Cada país está adquiriendo su propia fisonomía, y hay uno, como Tailandia, el Antiguo Siam, que nunca fue formalmente dominado; pero que es ahora uno de los más influidos por el poderío yanki. Están las enormes China, India e Indonesia, al lado de las pequeñísimas islas independientes del Pacífico Sur. Pero todos —con excepción del Japón— tienen todavía algo en común: el sub-desarrollo.

¿En qué forma van a salir de este estado de pobreza? ¿Y hacia dónde?
La tendencia, tal como en Latinoamérica, como en África, como en todo el cinturón tropical de la tierra, es aceptar el modelo de desarrollo occidental como el ideal. Pero creo que en esto es en donde vamos a tener que detenernos a pensar. ¿Será posible, o siquiera conveniente, dentro de nuestra ecología, aceptar ese modelo?
Ya hay suficiente gente sabia y buena dentro de estos países tropicales, para que se piense seriamente en modelos más adaptables a nuestras circunstancias. Son muy evidentes los males del “superdesarrollo” para que lo adoptemos como nuestro modelo. Pero también es muy claro que la ciencia y la tecnología occidentales, cuando son bien aplicadas, como, por ejemplo, a la salud y al bienestar de las personas, son superiores y mejores a cualquier cosa que se haya alcanzado en civilizaciones anteriores. Las técnicas de prevención y curación de enfermedades, de saneamiento del medio, de mejora en las viviendas, de adelantos agrícolas y sociales —entre estos últimos, sobretodo, la división mejor de la tierra, para impulsar familias de granjeros con alta productividad— son técnicas y mejoras sociales que debemos adoptar y adaptar. Pero la industrialización a toda costa, no importe lo que pase en el medio ambiente, el intenso trabajo, la alta especialización, la conquista por la guerra de otros pueblos, es decir, el modelo completo del “superdesarrollo”, ¿sí será conveniente para los países tropicales?
Por lo que he visto aquí y en otras partes del mundo, creo que no. Va a ser necesario un re-pensar muy profundo sobre lo que queremos, para que podamos elaborar, nosotros mismos, un modelo al cual podamos aspirar. Que va a tener que ser un modelo distinto del típico modelo occidental, al cual se llegó en países de la zona templada de la tierra. Y no es que yo sea un destinista geográfico. Pero sí creo que lo primero que tenemos que tener en cuenta es la geografía, además de todas las demás circunstancias climáticas, sociales, antropológicas y económicas, que han condicionado el modo de ser de la gente y en muchos casos, su propia historia. Ya hemos tenido suficientes influencias —buenas y malas— de occidente, como para que podamos escoger con cuales nos quedamos y cuales abandonamos. En nuestras propias culturas nativas tenemos también muchas cualidades y muchos defectos. No todo lo nuestro es malo, ni todo lo de ellos es bueno, ni viceversa. El mundo, con las nuevas comunicaciones y la mayor comprensión de las diversas culturas, debería llegar a un acuerdo acerca de cuál pudiera ser el modelo para una vida mejor y más justa. Y a ello llegaremos, no importa que tengamos que sufrir antes muchas más guerras, revoluciones y conflictos. Si en el mundo influyeran decisivamente hombres sabios y buenos que lo comprendan, podríamos aspirar y podríamos llegar a conformar un mundo mejor.
Tú has sido parte de esta inspiración y de estas ideas. Con tu inmenso amor y cariño, con tu paciencia y perseverancia, con tu trabajo y tu esfuerzo, me has mostrado lo que puede ser una familia feliz y me has dado apoyo moral y material. Me has querido, sin pedir nada en retorno; les has enseñado a mis hijos que me quieran. Si no fuera por mí mismo, la vida para mí, contigo, hubiera sido maravillosa. Pero mis condiciones psicológicas me han llevado de una parte a otra y no me han permitido un completo reposo. Y no creo que me lo permitieran nunca. Al no haber alcanzado yo mismo la felicidad completa, comprendo a los millones de seres humanos que tampoco la han alcanzado. Por eso me compadezco, me preocupo y trabajo por ellos. Tú y la familia me han dejado —es más— me han alentado, a que siga haciéndolo.
Pero no quiero ser trascendental, en el sentido peculiar del término. Soy demasiado humano para caer en la estupidez del frío y calculado intelectualismo. Sin ser ni un escritor, ni un científico, ni un literato, ni un poeta, soy un hombre que siente y que tiene interés y necesidad de expresar sus ideas. Soy un hombre que busca. Tú me has entendido: me has ayudado; me has apoyado. Me has dado tu amor y tu cariño. Sin ti, nada sería. Eso tú y mis hijos lo saben muy bien. Lo que haya podido hacer por lo demás, se lo debo a ustedes. Ojalá que mis esfuerzos fructifiquen algún día, para que, con la ayuda de tantos que piensan como yo, el mudo llegue a ser, más tarde, mucho mejor.

[1] Médico, ensayista, luchador por los derechos humanos y especialista en salud pública. Ver: Cartas desde Asia (1977), Editorial Universidad de Antioquia. https://www.udea.edu.co/wps/wcm/connect/udea/5dce3635-9beb-448e-a5dd-198606271d23/cartas_desde_asia.pdf