Sin dejar huella alguna

Sin dejar huella alguna


SIN DEJAR HUELLA ALGUNA

Notas a propósito de trabajar en las regiones polares


En este momento me encuentro en el avión rumbo al archipiélago de Svalbard en el Océano glacial Ártico, al norte de Noruega. Esta es mi quinta temporada de trabajo para una compañía de exploración. Durante el próximo mes estaremos en la embarcación Nova del Océano que nos llevará a la posición 80 grados latitud Norte.

En siglos recientes, los seres humanos han utilizado todo tipo de estrategias para poder llegar a las regiones polares. Con los avances en la ciencia y el desarrollo de la industria del turismo, visitar los Polos ya no es solo un sueño de exploradores. Cada vez más embarcaciones de exploración utilizan capitanes y equipos de expedición experimentados para guiar a los turistas a explorar nuevas rutas y sitios de desembarque en la Antártida y el Océano Ártico. Estas compañías de exploración obedecen estrictamente los tratados y regulaciones que cobijan las regiones polares. Con base en el principio de “no dejar huella alguna” estamos formando “emisarios polares” para generar conciencia y cuidar las vastas regiones de los Polos. 

Cuando apliqué para trabajar en la compañía Quark Expeditions, pensé que este era un tipo de trabajo que le podría interesar a muchísimas personas. Al saber la buena noticia de que me habían ofrecido el trabajo y compartirla con mis familiares y amigos, solo en ese momento me di cuenta que muy pocas personas están interesadas en una vida de explorador. Incluso quienes me conocen más y entienden mi elección me manifestaron de muchas maneras su preocupación: “ese es un tipo de vida poco estable, yo creo que pronto te arrepientes y regresas”. 

Quince días después de haber firmado el contrato de trabajo, me encontraba a bordo de un barco rumbo a la Antártida. Antes de partir no sentía ningún miedo de la larga jornada que me esperaba, eso sí, día y noche leía en la red todo tipo de información, toda clase de libros acerca de la historia y exploración del Polo Sur. Luego de subir al barco y tan pronto observé el paisaje poco familiar, sentí simple admiración. Una admiración que hace que uno se sienta pequeño, sumada a mi inexperiencia incluso pensé que mi propia reacción y comportamiento se habían vuelto más lentos. 

Antes de formar parte de esta expedición, la región más al sur del planeta que había visitado era la India. Pensé qué era lo que había sobrecogido a mis entrañas y me había traído a tan lejano y desconocido lugar. Pensé que me era imposible recordar el clima del día en que nací, pero guardo un recuerdo fuerte de una foto de mi cumpleaños número tres, donde mi madre llevaba puesta una chaqueta color púrpura, cargando a la pequeña yo, que llevaba una manta color rojo, ella estaba de pie en frente de un árbol cubierto por la nieve en medio de un parque. La nieve en el suelo llegaba hasta las rodillas de mamá.   

Yo parecía un pasajero sentado en un bote rompehielos. La primera vez que vi el vasto Océano Antártico, el hielo en el mar pedazo a pedazo cubría todo el horizonte sin límite. Parecía que había entrado al sueño de otra persona, y visto el color azul de los sueños. Cada graduación del color era posible registrarla con los ojos, pero imposible de definir con palabras. Este pedazo de hielo tenía un color más profundo, aquel era más cercano al blanco, aquel otro más cercano al verde. Siempre decimos que el cielo es azul, nunca había escuchado a alguien utilizar los azules del hielo del Antártico para comparar con el color azul del cielo. El bote avanzaba lentamente en medio del mar y el hielo, yo no aguanté las ganas de sumergir una mano en el mar, la punta de mis dedos y mi palma alternativamente sentían la diferencia de temperaturas dentro y fuera de la superficie del mar. Giré mi cabeza y miré a mi compañera Yuki que en ese momento manejaba el bote; a ella se le escapó una sonrisa. De verdad estaba en la Antártida personalmente.   

En el primer barco rumbo al Polo Sur, mi cuerpo no se adaptó muy bien al clima extremo del Pasaje de Drake [el tramo de mar que separa el continente americano del Polo Sur]; en cada trayecto de ida y vuela debíamos traducir todo tipo de conversaciones cotidianas además de las conferencias científicas. Aunque no hubo estragos por las náuseas, muchas veces debido a tan alta marea tuve que sujetarme del gran piano del recinto para así poder terminar de traducir las conferencias. Nunca se me había ocurrido que por tener habilidad con los idiomas, podría utilizar esta facilidad para ejercer una profesión seria. Ya fuera el caso de traducción simultánea, o traducción alternada, todo requería un alto grado de concentración, anotación rápida, respuesta inmediata y síntesis. Qué me iba a imaginar que algún día iba a ayudar a traducir a un grupo de científicos norteamericanos (ornitólogos, geólogos y glaciólogos) que han pasado quince  veranos seguidos en el Polo Sur investigando pingüinos. Sus narrativas resumían investigaciones de toda una vida de múltiples viajes y expediciones en la región polar. Cuando esta información e historias pasan por tu cerebro y salen traducidas en otro idioma, es como si uno mismo hubiera vivido estas experiencias y las entendiera.  

Al estar traduciendo, bien fuera algún tema cotidiano o científico, yo comprendí que cualquier cosa que uno haga, cuando alguien necesita la ayuda de uno, y se le  puede brindar esa ayuda en el instante, de hecho ese es el mejor trabajo. Cada miembro del equipo de expedición tiene varios trabajos, y cada grupo de expedición tiene tareas diferentes. Si en el trabajo existe alguna disparidad verdadera, entonces con qué corazón y responsabilidad vamos a cuidar de las demás personas.

Al final del primer viaje, yo sentí como si a mi propio cuerpo lo hubieran vaciado. Como no tenía capacidad de hacer otro trabajo aparte de traducir, parecía que en los doce días que pasé en el Polo Sur hablé todo lo que tenía que hablar en un año. En la madrugada del día cuando el barco zarpó de regreso al puerto de Ushuaia [provincia de Tierra del Fuego] en Argentina, mi colega Acaica me tomó una foto delante del mapa enfrente de su cama. Dos años han pasado y vuelvo a ver esa imagen: en la foto salgo delgada y cansada, además parezco ignorante y confundida. Le pregunto a Acaica ¿qué impresión doy?, ella responde: “firme, orgullosa y con esperanzas”.     

Desde que me uní al grupo de expedición he estudiado y tomado cursos de navegación marítima, acumulado tiempo aprendiendo rescate y primeros auxilios, incluso manejo de armas, toda una serie de puertas que me permitan entender mejor el mundo. O quizás estos son simples métodos para explorar el mundo, o quizás métodos para interrogar mejor el sentido de la vida y explorar el propio camino interior. En este nuevo sendero de aprendizaje me he tropezado con muchísimas dificultades, he sentido lágrimas que no he podido controlar, pero también alegrías. No obstante, lo más valioso es que he conocido a personas que aunque sus cuerpos todavía no han alcanzado a los Polos, sus corazones sí los han atravesado.