Mirar de nuevo a la gente: Un recuento de lo que pasó y la naturaleza del “todo pasa”

Mirar de nuevo a la gente: Un recuento de lo que pasó y la naturaleza del “todo pasa”


MIRAR DE NUEVO A LA GENTE: UN RECUENTO DE LO QUE PASÓ Y LA NATURALEZA DEL “TODO PASA”


Un día, a comienzos de marzo, amanecí bien pero empapado en sudor. Una semana después, el 12 de marzo me empecé a sentir cansado. En el trabajo no había ya mucho que hacer y entre mis colegas se hablaba de que alguien en un set dio positivo y la producción tuvo que cancelarse. Yo trabajaba tiempo completo en Scheimflug o FLUG como se le conoce, un almacén de alquiler de equipos cinematográficos, preparando las órdenes de luces y equipos de grip para cine. Ese día en la oficina usé tapabocas, no por el virus sino porque estaban terminando de sellar una grieta y había mucho polvo. La gente me miraba con recelo. Ese día en la noche sentí fiebre. No supe de cuanto porque no tengo termómetro. Un mes después, cuando los síntomas eran mencionados más a menudo, conecté esos pequeñísimos momentos de quedarse sin aire y la dificultad de volver a respirar. Era una clara señal, pero no lo sabía. Tres días después fui al Presbyterian Hospitalde Nueva York. No me hicieron el test de Covid-19, pero me recomendaron no salir, quedarme en casa durante 14 días. Un mes después me llegó la cuenta del servicio de emergencia; por fortuna tenía seguro médico.

Golpe de realidad

A Jonás le avisaron que el dueño del restaurante donde trabajaba, estaba en el hospital con Covid-19. Él me llamó para contarme. Diez días después perdió el gusto y el olfato, vivía congestionado pero no se sentía enfermo.  Cuando me enfermé vino hasta mi casa para ver cómo seguía. Me tocó recibirlo en la puerta, llevaba su tapabocas, me entregó botellitas de gel para las manos, desinfectante para superficies y un tapabocas que él mismo había tejido; al despedirme no me aguanté y le di un beso. A él sí le hicieron la prueba, efectivamente el 20 de marzo supo que tenía Covid-19.

Mi hija y su mamá habían llegado de Roma justo antes de que Italia cerrara su frontera. Se fueron con su familia a pasear y contaron que ya no había muchos turistas, que habían disfrutado. Cuando llegaron nos vimos un par de días. En FLUG, las órdenes estaban siendo canceladas y cada día que pasaba se sabía que en algún momento el almacén iba a cerrar, que quizás la ciudad iba a cerrar. Ese 12 de marzo, salí del trabajo agotado, sin haber hecho mucho. En la mañana del viernes informé a mi jefe que estaba indispuesto. De viernes a domingo solo dormí. Usualmente no tengo medicinas en casa. Cuando me siento mal, tomo mis tés de hierbas, entre ellas la uña de gato (Uncaria tomentosa), tomo mucha limonada y agua de panela (que se consigue en mi barrio Washington Heights), y así se me pasa. Hace unos años cuando fui a La Chorrera en el Amazonas, a trabajar con el colectivo Jar+na[1], en compañía de Oscar Iván, caminando bosque adentro, Celimón que nos guiaba se detuvo y con su machete le dio un zarpazo a la raíz de una planta, la raspó y me dijo: “pa la tos, la famosa uña de gato, pa que pruebe”. En vista de mi situación y el desarrollo de las noticias, decidí ir a emergencias del hospital más cercano, a diez cuadras. No conseguí un termómetro durante el camino.

Celimón nos enseña la Uña de gato. La Chorrera, Amazonas, agosto 15, 2013. Todas las imágenes son cortesía del autor.

Llegué al hospital y para ese entonces ya había señales de alerta, la gente proveniente de Italia debía reportarlo. Me dieron un tapabocas y me pasaron a un cuartico. Me hicieron las preguntas de protocolo, me tomaron la temperatura y sacaron la muestra desde bien adentro de la nariz y luego de cinco minutos me dijeron que no iban a realizar la prueba de Coronavirus sino simplemente los virus más comunes. Me llamarían solo si los resultados daban positivo. “Seguramente usted está contagiado del virus, pero por no presentar síntomas no será testeado”. Nunca me llamaron. Nunca supe lo que tuve. Como me sentí esos siete días nunca lo había sentido. Era un cansancio pesado que solo me dejaba dormir. Dormía y dormía y todavía en las noches tenía sueño para seguir durmiendo. 

La cuarentena… el silencio…

Consciente que el día va pasando, la mañana, las tardes, al final del día, ya cuando se mete uno en la cama pensando en todo lo que no hizo, lo que dejó de hacer y finalmente sucumbir a los sueños. La rutina, el desorden, la no rutina, el desasosiego, la comida. Afortunadamente he dormido bien y madrugo para aprovechar el silencio del amanecer cuando uno sabe que todavía el día no ha comenzado. 

Desde septiembre del año pasado estoy haciendo mi propio pan. Lo bonito del pan es que no hay pierde. Si algo sale mal se puede convertir en tostadas. Yo hice un par de veces calaos que son muy buenos para comer. Hacer pizza resultó más fácil. Por supuesto hay que tener harina y hubo días que en mi barrio se agotaba.  Después de dos semanas sin salir, hice una limpieza de mi cuarto. Cosas que he mantenido por veinte años: revistas, toda clase de papeles, documentos, fotocopias de la universidad, ensayos de arte que desde décadas ya se conseguían en Internet. Apego a ese tipo de papel, como los libros que todavía compro y que no los boto. Cosas que estoy seguro ya no me son de utilidad y que solo ocupan el espacio. Luego de abandonarlas en la basura, la limpieza me hizo sentir bien. 

Pan integral hecho en casa con levadura madre.
Pan integral con semillas de ajonjolí.

Finales de marzo: otra realidad

La compañía donde trabajaba cerró la semana siguiente. Mandaron un correo. Despidieron a todos. Oficialmente marzo 18 fue nuestro último día. Yo dejé de ir desde el 13 de marzo. Liquidaron las cuentas. Me pagaron cinco días de vacaciones y cinco días de enfermedad. Todo en regla. Desde ahí empecé mi cuarentena. 

Ya sin trabajo, apliqué al seguro de desempleo. La mitad lo hice en línea. Al final me informaban que mi caso tenía que ser finalizado por teléfono a través de un agente. El servicio estaba saturado como era de esperar. Las líneas de teléfono no servían y el servicio en línea quedaba en suspenso de manera indefinida. Día tras día, por dos semanas intenté comunicarme sin ningún resultado. Envié mensajes que todavía no han contestado. Luego de tres semanas me llamaron del departamento de trabajo para rectificar información.  Me sorprendió una señora, lo más querida como diríamos los bogotanos. Duramos unos 50 minutos en el teléfono. Ella en su casa como me lo dijo, no tenía ningún afán, se oían de vez en cuando las voces de quienes tal vez eran sus hijos. Yo tampoco tenía afán. Después de dos semanas de esa llamada y luego de un largo mes y medio de espera me depositaron el dinero en mi cuenta. Igualmente para el record me llegó el cheque de Trump. No me llegó físicamente, me lo depositaron también a mi cuenta. Me llegó eso sí la carta. Hoy me entero que tal vez llegará otro nuevo cheque. 

Alice, el oráculo y el I Ching

Hace una semana finalmente coordinamos con mi amiga Alice para sentarnos vía Skype y poder tirar las monedas. No era la primera vez que lo hacíamos. Mi amiga me traducía al inglés lo que ella estaba leyendo en italiano de una traducción del I Ching. Luego en Internet buscaba mi lectura en español. Alice ha pasado toda esta pandemia en Piainpicollo Selvatico, una finca construida en 1811 ubicada en la región de Levice en Piemonte y donde ahora le está dando forma a su “Plan A”, un nuevo centro de investigación para las artes y las ciencias, como ella lo llama. Doctor Alice y crazy lady. Hablando en serio, Alice navega entre esos dos mundos, añadiendo el suyo propio. Su mente es un universo amplio. Es mi gran amiga desde hace veinte años cuando la conocí en Nueva York en la universidad donde estudiamos fotografía y video.  Ella regresó a Italia. Yo me quedé en Nueva York. Luego nos reencontramos y ahora colaboramos juntos en ese Plan A. 

Símbolo 31
Símbolo “la influencia”

6 en el segundo lugar y
9 en el cuarto.

“La perseverancia trae buena fortuna. La tranquilidad interior que acompaña la alegría exterior hace que la satisfacción no sea excesiva, sino que permanezca dentro de límites justos.”

Todo lo que estoy viviendo: mi divorcio, una nueva relación, mi trabajo, Nueva York, mi hija, mi vida. Paciencia es lo que necesito. No forzar las cosas, no insistir. Confiar que todo va a estar bien. Como todo en la vida, pero que a uno le cuesta trabajo entender. Es de paciencia como dijo el I Ching.

Durante esta pandemia ha sido más bien un navegar por otros límites y estos no son los justos. Mejor dicho, los justos solo para mi. Acá en Washington Heights donde vivo me he sentido muy triste. He llorado bastante. En términos del I Ching, la satisfacción máxima, pero en negativo. Una acumulación de sentimientos, que realmente no he sabido manejar, esclavo total de mis humores, cabos sueltos que llegó el momento de atar. Empezaré en dos semanas terapia por Zoom, un nuevo proceso que comenzar. Es el momento de cambio para tutti, en italiano y en plural. Para todos.

Sesión de I Ching con Alice via Facetime. Julio 15, 2020.

Un salvavidas desde el Valle de Sibundoy 

Mi amiga Pastora, que vive en el Valle de Sibundoy, Putumayo, desde el comienzo de esta pandemia ha estado pendiente de mí y lo que pasa por acá en estos lados del mundo. Ella sabe que algo les llegará de acá y que algo hay que aprender. En estos tiempos tiene uno que hacer esfuerzos para estar tranquilo. ¡Fuerza! me viene repitiendo, por algo estamos resistiendo, para algo bueno será. Duro pero seguro, como dirían mis amigos de allá. Fuerte llamado de la tierra. Allá Judy y Pastora me dicen que la situación también está difícil. Le cantarán a la tierra en este tiempo.

Me mantienen al tanto de como transcurría “el corona” como ella lo llama. Ella cree que el virus estaba rondando allá para la época del Carnaval del Perdón. Luego del carnaval a finales de febrero hubo un brote de gripe fuerte, y ella y su mamá se sintieron mal, con tos y fiebre. Europeos y extranjeros frecuentan esas fiestas. Allá en Sibundoy no hay test aún para detectar anticuerpos. Me cuenta que en Sibundoy el trueque volvió a aparecer. Ella ahora está haciendo morcillas con su hermana, que cría los marranos. Sigue trabajando en artesanía sin mucho por vender. Recientemente con su buena sonrisa me dijo que ahora sí les tocó trabajar para comprar la vacuna. 

Pastora tiene mi misma edad y ya ha vivido dos vidas. Mientras yo iba ella ya venía, como dice el dicho. Hace un año estuvimos en Italia con ella y su esposo Domingo, sus sobrinos Judy y Weimar. Era una señal que el mundo se haría aún más pequeño. Pastora cuando se ríe es de alegría. Y la alegría se contagia. Su intuición es exacta, tiene ese sentido bien conectado al corazón. Una mujer poderosa. Lo que dice no lo dice por decir. Cuida su palabra. 

Pastora comenzando hacer pizza cuando visitó con su familia Pianpicollo Selvatico, Italia. Julio 4, 2019.

El contacto con mis amigos de Sibundoy ha sido un salvavidas. No solo por sus mensajes sino también porque me han dado la oportunidad de colaborar desde acá. Los primero tres meses de confinamiento, sin trabajo, sin salir, era claro y saludable que lo mejor era ocuparse. El consulado irlandés abrió una convocatoria para ciudadanos irlandeses residentes en Colombia o colombianos con fuerte conexión con Irlanda para compartir un video corto en su canal de Facebook ofreciendo una pequeña remuneración. Domingo Cuatindioy, taita de la comunidad Inga, esposo de Pastora y con pasaporte irlandés, se animó a cantar, le aceptaron su propuesta para llevar un canto de sanación al mundo. El canto que los espíritus de la selva le enseñaron cuando estuvo viviendo con la comunidad Siona de Buena Vista en el bajo Putumayo. A propósito, las comunidades indígenas de allá están sufriendo por el coronavirus al igual que las de la cuenca del Amazonas. En La Chorrera, interponen tutelas hacia la gobernación del Amazonas y el gobierno nacional demandando salir del abandono. Por fortuna ya llegaron las pruebas para detectar el virus pero es un problema conservar la “cadena de frío” o el sistema necesario para su refrigeración, allá solo hay ocho horas de electricidad, cuatro en la mañana y cuatro en la tarde.

Imagen del video: Un canto de sanación para el mundo por Domingo Cuatindioy[2].

 Protestas “Black lives matters”  

Luego de estar dos meses en cautiverio, pasó lo que tenía que pasar. Tras una larga lista de incidentes racistas, llegó la muerte de George Floyd por cuenta de la policía de Missouri, desatando las protestas que hasta hoy continúan.

Las protestas contra el racismo pusieron en jaque a la ciudad. “Black lives matter” acá y en todo el mundo. La primera noche hubo saqueos, patrullas incendiadas y disturbios en varios sitios de la ciudad. Dos días después toque de queda desde las ocho de la noche hasta las cuatro de la mañana. La mayoría de los negocios, aunque ya cerrados hace dos meses esta vez sellaron sus fachadas. Plywood [madera contrachapada] por todas partes como si viniera un huracán, pero el huracán ya había llegado. 

Almacén sellado con madera contrachapada, calle 56 y avenida Broadway, Nueva York.

Para ese entonces comencé a trabajar de nuevo medio tiempo. Aunque no había clientes que atender, salir a trabajar colaboró para mi bienestar. Cuando salía del trabajo iba a visitar a mi hija en Midtown donde vive con su mamá, la veía en el patio de su edificio, con tapabocas y sin poderla abrazar.  Algunas veces llamaba a la mamá para que se asomaran desde el piso 40 y me vieran parado en la esquina de la calle 55 con avenida Octava. Los tres hacíamos señales con las manos como de auxilio, ellas me veían y yo también. Eso me llenaba de alegría. Y llegaba a mi casa a eso de las siete de la noche. En ese recorrido veía cosas destruidas, mucha basura y gente ida y fuera de este mundo. Manhattan amaneció en un par de días cubierta de ese plywood que le daba un toque artesanal. Entre ver eso, viajar en el Subway y lo que sentía mi corazón hacia la mamá de mi hija me tiraba en una gran desilusión. Era como estar en un barrial, la suela del zapato iba ganando en altura y por consecuencias en su peso natural. 

“Black lives matter” me hizo recordar lo que decía Antanas Mockus con su frase “La vida es sagrada: Cuando una sociedad aprende a respetar la vida, aprende a respetar los otros derechos.” Y si, así es… Life is sacred, Black, white, pink, rainbow…Toda la vida

Protesta contra el racismo frente a la comisaría 34 de Policía en Washington Heights, Nueva York, junio 29, 2020.
Cuaderno de notas de línea de asistencia 311 de la ciudad de Nueva York. Foto: cortesía de Jonás.

Día de la Independencia de Estados Unidos: cuatro de julio

En los primeros dos meses de la pandemia el silencio del vecindario era de añorar. Solo por momentos y para ser exactos en abril se escucharon sirenas sin cesar que iban y venían del Presbyterian Hospital de la calle 168. Allí fui a que me chequearan la temperatura, el domingo aquel, cuando caí enfermo a mediados de marzo y de allí salió la ridícula cuenta de $6.800 dólares.  Un recuerdo de archivo de lo absurdo y podrido que es el sistema de salud acá. 

Este cuatro de julio y como los otros anteriores, no se sentía para nada un día de celebración. Independencia era lo que menos se respiraba. Yo en mi cuarto en medio de la bachata venteada con pausas de reggaetón que el vecino ponía a todo volumen, el olor a pollo y carne asada con carbón americano que subía de su patio; y en la noche, los fuegos artificiales ilegales. Se escuchaban los sonidos porque desde las ventanas pocos reflejos de colores se veían. Y claro por supuesto los pobres perros ladrando, ellos sí quejándose y muriéndose del susto de semejantes estruendos. Desde que comenzó el buen clima, se han escuchado de manera más frecuente. Ahora que Jonás trabaja en el 311 [línea de atención de la ciudad] de vez en cuando me hace un recuento de las llamadas que recibe, de Washington Heights sale mucha queja. En los postes, hay avisos de la policía ofreciendo recompensa de hasta mil dólares por información que resulte en el arresto o condena de gente vendiendo o distribuyendo pólvora. Acá en mi barrio pareciera dinero fácil.  

Ya para el festivo de la Independencia la gente volvió a salir, había más vida en la calle y el Subway se empezó a llenar.

Pasajero de Subway me muestra el libro que está leyendo. Subway Línea A. Nueva York, junio 4, 2020.

Una reflexión pública 

A mediados de junio cuando ofrecieron al público los test de anticuerpos pedí una cita. Me la dieron rápido. Era un servicio gratuito de la ciudad. Ese día me fui caminando desde mi casa hasta la calle 125, por toda la avenida Amsterdam.  Era un jueves y ese fin de semana era largo, el lunes era festivo: Memorial Day. Ya la gente salía. El comienzo del verano. Cuando cruzábamos miradas sabíamos que estábamos compartiendo la misma experiencia. Así lo sentía y presentía que ellos lo sentían. Eso sigue pasando. El virus trajo un poquito de empatía. Grupos de gente en las esquinas disfrutando finalmente un poco de vida social. En mi barrio, poco tapabocas o tapabocas en el cuello o con la nariz descubierta. Esquivando las esquinas, alternaba entre la acera y la calle todavía desolada por la ausencia de carros. Volviendo al test de anticuerpos, después de cuatro días me enviaron los resultados: Covid_19 Antibody not detected. Con la nota: Negative results do not rule out SARS-CoV-2 infection particularly in those who have been in contact with virus. At present it is unknown for how long antibodies persist after infection. No se sabe nada. 

Los planes que tenía para este año dejaron de existir, siendo optimistas se postergaron. ¿Para cuándo? No lo sé. Paciencia. El viaje a Colombia programado para mayo a celebrarle el cumpleaños 80 a mi mamá se canceló, tocó por WhatsApp. Quedó eso sí un bonito recuerdo de la compilación de saludos de familiares y amigos que mandaron sus mensajes al número de mi hermano y que yo edité en un video de 45 minutos para enviárselo finalmente a mi mamá. El viaje a Italia programado para trabajar en Pianpicollo Selvatico el verano ya no se va a hacer. Italia quedó cerrado por tres meses. Los estadounidenses no pueden entrar a la comunidad europea hasta que acá se muestre algo de control. ¿Cuándo? No se sabe. La otra oportunidad de viajar a la China a enseñar en la Academia China de Arte de Hangzhou quedó solo en posibilidad. A comienzos de abril suspendieron el programa. Mi propuesta giraba alrededor de retratos en video, con un énfasis en la empatía hacia el personaje, el presente y la experiencia sensorial.

Las iniciativas que comenzaron a llegar desde afuera, las que he llamado salvavidas, llegaron en los tiempos justos. Primero el video de Domingo Cuatindioy en Sibundoy; dos meses después, la campaña de ayuda para las comunidades indígenas de La Chorrera apoyando su aislamiento preventivo organizada por Oscar Iván allá en París donde reside, la AZICATCH[3], el cuerpo médico del centro de salud de allá y yo acá en Nueva York.  Sin previo aviso la campaña pasó a nivel de contingencia porque informaron que ya había un 70% de contagios y que los abuelos se estaban muriendo. Desde La Chorrera por WhatsApp, la doctora Erika Buriticá del centro de salud me informa que seis abuelos ya han muerto con síntomas de Covid-19.

Amanecer desde “Estrella Loma” en San Andrés, Valle de Sibundoy, Putumayo, febrero 11, 2015.

Finalmente esta invitación de Mareas Pacífico para compartir mi experiencia y que todavía no termina fue un salvavidas para empezar una reflexión más pública de lo que está pasando y lo que significará nuestro futuro.  Volver a registrar visualmente los momentos que la vida me pone enfrente y sentarme a escribir para llegar a lo que ahora están leyendo.  Yo sí creo que son los espíritus que vienen a ayudar: la fuerza del yagé, el espíritu de la coca, el tabaco y la yuca dulce que han venido a visitarme.  Desde mi cuarto, más tranquilo, escucho un Canto original de Pablo Tisoy del Valle de Sibundoy que Pastora me envió por WhatsApp y pienso en los bosques. Esta es mi red de apoyo y me voy dando cuenta que también yo soy apoyo. 

Juan Recamán
Nueva York, 28 de julio, 2020

Selfie con máscara tejida por Jonás. Atrás mi cuarto en Washington Heights, Nueva York.

[1] Jar+na es un colectivo independiente de artistas e investigadores orientado a apoyar a las comunidades indígenas del Amazonas. Jar+na es una palabra de la tradición uitoto que es traducida como: Palma Real (Maximiliana maripa). Los ancianos uitoto utilizan este término como metáfora que explica el aprendizaje y el consejo: “…siempre se aprende, aunque no se tenga conciencia de ello…, quien escucha consejo es como una “palma real” (jar+na); sus hojas al secar permanecen colgadas largo tiempo al tallo…, éstas parecen inútiles, pero al caer al suelo se convierten en alimento de jar+na”.
[2] Ver video completo: https://www.facebook.com/IrelandColombia/videos/irlandainspira/3169198873098887/
Página web de Domingo Cuatindioy: https://domingocuatindioy.onfabrik.com
[3] AZICATCH: Asociación Zonal indígena de Cabildos y Autoridades de La Chorrera en el Amazonas.
[4] Campaña de apoyo para medicamentos en la Chorrera, Amazonas: https://vaki.co/vaki/Covid19AZICATCH