Reunión en Pekín

Reunión en Pekín


REUNIÓN EN PEKÍN

Composición y clima de la conferencia en Pekín 1952


Existe un estereotipo ampliamente extendido sobre la falta de creatividad en la sociedad china. Max Weber a principios del siglo XX llegó a la conclusión de que la ciencia en China no lograría desarrollar un camino como el de Occidente. Weber, mediante un análisis comparativo entre la ideología tradicional china con la occidental, llegó a la conclusión que el confucianismo y taoísmo -el colectivismo, el trabajo duro y el respeto por la autoridad- eran barreras que imponían límites a la innovación. Cien años después, Ng Aik Kwang (2001) en su obra Why Asians are Less Creative than Westeners y William C. Hannas (2003) The writting on the wall: How Asian orthography curbs creativity, siguen afirmando este estereotipo. El estigma de que los chinos copian e imitan sin respetar el derecho intelectual -arma que Trump está usando en la guerra comercial contra China-, parece reafirmar este fenómeno una vez más. 

Delegados internacionales estrechan manos. En la foto se encuentran Sr. Carrasquilla, José Domingo Velez, Manuel Zapata Olivella, Alipio Jaramillo, Jorge Zalamea, en Beijing 1952. Cortesía del Archivo Jorge Zalamea Borda.

Nos hemos reunido en Pekín para hablar de la paz; de los problemas de la paz; de las soluciones de la paz.  Somos cuatrocientos delegados de ambos sexos que traemos la representación de mil seiscientos millones de seres humanos que sólo esperan y exigen de nosotros que encontremos un lenguaje común en que se exprese su necesidad más apremiante, su más ardida esperanza: la preservación de la paz, la abolición de la guerra humana.

Carátula del libro Reunión en Pekin, 1952

Empezamos a encontrarnos y conocernos en Checoeslovaquia; durante el viaje a través de la Unión Soviética nos familiarizamos con rostros y nombres a los que vamos incorporando nuevas nociones: credos religiosos, tendencias políticas, actividades públicas y privadas. Al inaugurarse en Pekín, el 2 de octubre de 1952, la Conferencia de Paz de los Pueblos del Asia y del Pacífico, somos ya amigos todos.  Acaso se refleje en nuestros ojos la gravedad de los problemas que vamos a estudiar; pero hay también en ellos la expresión de alegre confianza que confiere el saber que no se está solo, que una luz de amistad brilla en centenares de rostros que ayer no más desconocíamos.

Es difícil que en torno de un común ideal se haya reunido nunca un grupo humano más heterogéneo y, por tanto, más representativo. África, América, Asia, Europa y Oceanía tienen en él diputación cabal. Y si todas las razas se congregan aquí, otro tanto puede decirse de las religiones y de los partidos políticos.

No solo se encuentran en la Conferencia practicantes de todas las Iglesias, sino también miembros de sus jerarquías: sacerdotes católicos, pastores protestantes, jefes religiosos del mundo musulmán, monjes budistas del Tíbet, de la India y de Mongolia. La gama de los colores políticos es particularmente extensa: la América Latina ha enviado a Pekín radicales, socialistas, liberales, conservadores y hasta falangistas; el grupo de naciones anglosajonas, tiene aquí demócratas, republicanos, laboristas, fabianos y no-conformistas; del Cercano y el Medio Oriente, de África y de Oceanía han venido miembros de los partidos de gobierno y de oposición, líderes del parlamento, dirigentes nacionalistas, jefes de guerrillas anticoloniales; en las delegaciones de la India, la China y el Japón tienen asiento todas las agrupaciones políticas de sus respectivos países. Digamos, finalmente, que sólo una quinta parte del total de los delegados pertenece a los partidos comunistas.

Cuaderno original del manuscrito Reunión en Pekín, octubre 1952

Nuestro grupo abarca ampliamente el repertorio de las actividades humanas y con dificultad se encontrarían profesiones y ocupaciones que no tuviesen representación en él.   Jornaleros agrícolas y trabajadores de la industria, el comercio, la minería, el transporte; empleados de administración pública y de empresas privadas; hombres de negocios, importadores y exportadores, navieros, industriales, comerciantes.

Las llamadas profesiones liberales están representadas en Pekín por nutridos grupos de abogados, médicos, ingenieros, agrónomos, economistas, sociólogos, etc.

El mundo de la cultura parece tener la más amplia representación dentro de la Conferencia. Hay en ella estudiantes y maestros de primera y segunda enseñanza; rectores y profesores que honran en sus universidades las cátedras de teología islámica y de historia del arte, de derecho internacional y de física nuclear, de hacienda pública y de literatura comparada.  Hay filósofos y filólogos; dramaturgos y actores; cantantes y bailarines; hay pintores, escultores y arquitectos; periodistas, novelistas, ensayistas y poetas.

Esta heterogeneidad confiere desde el primer momento a nuestra Conferencia un carácter especial inconfundible y que, para quienes han asistido a otras reuniones de tipo internacional, la diferencia radicalmente de ellas. Pues no se trata aquí de una reunión de gobiernos representados por sus diplomáticos, sus políticos y los llamados “técnicos” en materia internacional, sino de una congregación de delegatarios de pueblos.  En el primer

caso, los funcionarios sólo representan una línea política que, además de ser forzosamente rígida, suele hallarse en conflicto con  la de determinados gobiernos o grupos de gobiernos. Aunque este tipo de reunión se proponga lograr en último término una conciliación o transacción entre las diferentes aspiraciones en pugna, por fuerza cada delegatario será un litigante predispuesto a subordinar los intereses generales a las conveniencias parciales que representa.

Y su actitud será beligerante o recelosa, maliciosa o llena de reservas.  En el mejor de los casos, aceptará establecer un compromiso con el grupo más poderoso, pero siempre sobre la base de obtener determinadas ventajas sobre quienes tengan las posiciones más débiles.  Y en todos los casos, procurará que los términos, las palabras mismas que definan finalmente las resoluciones de la asamblea, sean lo suficientemente imprecisas para que, con posterioridad, su gobierno pueda litigar otra vez sobre ellas, procurando ganar nuevas ventajas o desentenderse de los compromisos adquiridos.

Foto iluminada de Alipio Jaramillo, Diego Montaña Cuellar, Jorge Zalamea y Sr. Barragán, en el lago Beihai en Beijing 1952. Cortesía del Archivo Jorge Zalamea Borda.

Este juego político y diplomático que la humanidad ha contemplado y sufrido durante tantos lustros, no cabe en la Conferencia de Pekín. En primer término, porque nuestra reunión sólo tiene un objetivo de carácter universal: la paz; en segundo lugar, porque el interés vital de todos y cada uno delos pueblos representados en ella está identificado con la preservación de la paz; finalmente, porque las propias conveniencias personales de los cuatrocientos delegatarios congregados en Pekín están indisolublemente ligadas al triunfo de la causa que representan. No puede haber, pues, litigio, ni recelo, ni reserva en las deliberaciones; ni imposición de un grupo sobre otro, ni negociaciones entre dos de ellos para subordinar a un tercero; ni malicia, ni imprecisión, ni intenciones ocultas en las decisiones finales de la Conferencia.

Seguramente fueron estas circunstancias las que permitieron que, desde el momento mismo de su inauguración, se crease un clima de sereno entusiasmo, de amistad segura, de reflexiva confianza que haría posible, a su vez, la conmovedora y exaltante efusión de los más puros sentimientos humanos.

¿Dentro de la atmósfera habitual de las conferencias y congresos internacionales, hubiesen podido producirse, acaso, escenas de tan inenarrable emoción como aquellas en que las mujeres de Corea y la India mezclaban sus lágrimas de amor y de esperanza?  ¿En que los miembros de las delegaciones de la Gran Bretaña y Malaya se abrazaban como hermanos y no como adversarios? ¿ En que el jefe de la delegación de Corea estrechaba sobre su corazón al del grupo colombiano porque había oído en las palabras de éste la voz de un pueblo atrozmente forzado a participar en una agresión odiosa?  ¿En que las delegaciones del Pakistán y de la India reafirmaban su fraternidad con un juramento de paz que habrá de fructificar por encima de quienes están interesados en sembrar la cizaña para apoderarse luego de las tierras asoladas por ella? Y tantas otras escenas que, al surgir espontáneamente, restablecían al hombre, para muchos de nosotros, en una condición de dignidad que parecía perdida y restituían a sus sentimientos un valor y un significado que se creían abolidos.

Delegados colombianos en la Conferencia de Paz de los Pueblos del Asia y del Pacífico, Beijing 1952. Diego Montaña y Jorge Zalamea. Cortesía del Archivo Jorge Zalamea Borda.

Es que así como sería imposible dividir lo que se ama, los mil seiscientos millones de seres humanos representados en Pekín por cuatrocientos delegatarios de toda condición y opinión, estaban allí alegre y serenamente unidos en un acto de reverencia al objeto de su amor: la paz, y hermanados en la voluntad sin quebranto de subordinar a la paz todo interés parcial y toda aspiración transitoria.