Un punto de inflexión o Nueva York en crisis

Un punto de inflexión o Nueva York en crisis


UN PUNTO DE INFLEXIÓN O NUEVA YORK EN CRISIS


Irreversibility introduces unexpected features that when properly understood, give the clue to the transition from being to becoming[1].
Ilya Prigogine


Apenas si me percato, que en el ensayo sobre la ceguera portuguesa de Saramago “los blancos invidentes” no tienen nombre, tan solo una descripción amanerada, tácita en la proclividad, fija en la retina, adoquinada en la mirilla del que ve pero no mira. Y así, a ciegas, tanteando, tropezándose con obstáculos jamás vistos, anduvo el pasado abril del 2020, el sistema de salud de Nueva York.  De nuevo la ciudad de los rascacielos es epicentro de un evento magnánimo, pero en este caso dicho suceso es el arribo multitudinario de la plaga (Covid-19) —que llegó de muchas partes del mundo y a los cuales los sistemas de salud pública se creyeron inmunes—, una falsa inmunidad que causó y aun causa un número inconcebible de muertos, que identifica indeleblemente la fragilidad de nuestra condición humana. ¿Alguien pregunta y por qué Nueva York? Yo diría que como nodo de esta híper-conectividad actual, la ciudad está expuesta a este tipo de contagios a niveles igualmente enormes.

La carencia de una política de salud pública estadounidense tiene su costo. Es paradójico que un lugar como Nueva York y en general los Estados Unidos, pueden proveer servicios médicos con los avances más importantes en cáncer, inmunología, cirugía robótica, terapia génica y muchos otros campos, y al mismo tiempo poder acceder a ellos sea un lujo inalcanzable para el grueso de la sociedad. Muchos no tienen cubrimiento básico de salud, y una visita al servicio de urgencias, puede costar más de mil dólares, así que es casi obligatorio quedarse en casa. 

Ilustración: ROZHANG Studio

El primer centro hospitalario que estuvo cerca del colapso, fue un hospital del distrito metropolitano quizás más multicultural de la gran manzana llamado Queens, donde habita un gran número de colombianos entremezclados con otros latinoamericanos, europeos del este, oeste, asiáticos etc. En este sitio que está relativamente cerca al aeropuerto John F. Kennedy , llegaron los contagiados de los innumerables vuelos que arribaron de la poderosa Europa a la más poderosa América, a un hospital que se tambaleaba  y se doblegó al COVID-19: el Hospital Elmhurst de Jackson Heights. De allí literalmente se expelían muertos por granel hacia carros fúnebres refrigerados que transportaban cadáveres directamente al crematorio, omitiendo el ritual humano de la despedida.

Aunque en esta pandemia, a diario en cada revista médica se publican artículos relacionados con el Covid-19, la desinformación es magnánima – la mayoría de lo publicado carece de un criterio de revisión estricto—, porque son publicaciones en tiempo de guerra donde todo vale y lo cierto es lo más incierto. La única esperanza al desdichado enfermo de la plaga dos mil veinte, es la terapista respiratoria que aliviará sus atosigadas vías aéreas o la enfermera exhausta que proveerá el catalítico indicado, o el limpiador de camillas, pisos y ventanas que garantizará un lugar desinfectado.

Hoy desaparecieron las enfermedades comunes, ahora en cada puerta de los cuartos de enfermos hay solo tres anuncios: 1- paciente bajo investigación (patient under investigation-PUI), 2- positivo, y 3-negativo. 

Un buen amigo escribe en su diario de pandemia, cómo su madre de 97 años tuvo una caída, y “por suerte la tuvo” dice Terry, su hijo, mi amigo:

Ella[Bonnie] tiene tendencia a caerse de su silla de ruedas o de la cama y usualmente son golpes leves y quizás lo mismo ocurrió esta vez, según la enfermera que llamó desde el centro geriátrico Mary Manning Walsh Home, localizado en el noreste de Manhattan. Bonnie, a pesar de su avanzada demencia tiene una gran estamina y un sentido del humor intacto. Pero el virus se ha paseado por su edificio por doquier y se calcula que unos 40-50 residentes han fallecido. Desde hace dos meses ningún miembro de la familia puede visitar y es literalmente imposible comunicarse por teléfono. Recibimos la llamada con terror de imaginar el haber perdido a nuestra madre en solitario, y nos dispusimos a escuchar. Luego de saber que Bonnie se había caído y no debería causar alegría, el hecho que la enfermera nos dijera: —“su mamá está bien y es aun corona virus negativa”, nos produjo un gran alivio.

Una insistente y atormentadora sirena anuncia un nuevo enfermo que quizás perecerá, dice mi vecina: “¿De nuevo otra estrepitosa sirena esta vez más intensa pues el enfermo será más importante?, quizás su familia demandará un cuarto con presión negativa para así evitar ser contagiado, o un equipo médico con dedicación exclusiva como normalmente ocurre en los hospitales privados donde la suntuosidad es mayor que los mismos servicios clínicos”. Pero en pandemia, tener AETNA PDO plus-exclusive o cualquier otra aseguradora de salud que hurte sistemáticamente a sus afiliados, no garantiza un estatus predeterminado. Ahora el tamizaje es por edad, estado de salud previo y sintomatología. Y el turno del ventilador o la esperada sesión respiratoria o la inyección subcutánea de la asistente de enfermería, están supeditados a condiciones específicas y no al estatus socioeconómico del sujeto. Por fin un sistema equitativo de servicio, obligado por la nimiedad del ofensor, un minimalismo explicito e indispensable que alinea la condición humana a su base esencial: ¡la vida!

Y como el cancerbero acecha y los desahucios ocurren y porque la mala hora aun no pasa entonces vienen otros eventos y una ciudad raramente desolada, asustadiza e incapacitada se levanta del letargo temeroso.  De repente las calles de Nueva York se llenan de nuevo, esta vez de ciudadanos indignados por un crimen perpetrado, presenciado y auspiciado por las mal llamadas fuerzas del orden: la policía.

Y la frustración, la rabia, el peso de los hechos fueron más fuertes que el temor al COVID-19 mismo, el señor George Floyd fue asesinado por sofocación, una horrenda forma de morir. Mientras manejaba de Brooklyn a mi casa en Manhattan, encontré hoy dos de junio, cientos de personas de orígenes multiculturales con pancartas que expresaban tristeza, apoyo, exigencias, beligerancia y todo y nada ocurre. Esta ciudad que no había sufrido un toque de queda desde febrero de 1945, ahora entra en parálisis obligatoria nocturna, no sabemos qué más vendrá, pero sí es saludable presenciar que la condición humana aun se respeta y que los malhechores son menos. 

Ilustración: ROZHANG Studio

Es difícil predecir cómo saldremos como sociedad de esta condición, sin precedentes. No es claro si la híper-conectividad, esa gran nube de información instantánea, plural y manipulada, que llega a cada segundo a los celulares de tantos humanos, dejará que la sociedad se re-organice y las prioridades, el consumo y en general la dinámica social cambien para bien. Yo sinceramente soy pesimista, pero albergo una mustia esperanza, y me apego al físico Prigoyine, esperando que una reacción irreversible catalice la transición de ser para llegar a ser…

Nueva York, abril-junio 2020


[1] La irreversibilidad introduce características inesperadas, que cuando se entienden adecuadamente, dan la pista de la transición del ser para llegar a ser.